Salmo 6
Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues en tu furor.
Ten piedad de mí, Señor, porque estoy sin fuerzas; sáname Señor, pues no puedo sostenerme. También mi alma está aterrada; ¿y tú, Señor, hasta cuándo?
Vuélvete Señor, y libérame, sálvame, por tu misericordia. Porque en la muerte no hay recuerdo de ti; en el sepulcro, ¿Quién te alabará? Yo estoy cansado de gemir; cada noche inundo de llanto mi lecho, empapo mi cama con mis lágrimas.
Mis ojos están cansados de sufrir; han envejecido a causa de todos mis opresores.
Apartaos de mí, todos los que hacéis el mal, porque el Señor ha oído la voz de mi llanto.
El Señor ha oído mi súplica, el Señor ha aceptado mi oración. Todos mis enemigos serán avergonzados y atemorizados; se volverán atrás, serán avergonzados de repente.
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Salmo 6: Oración de Súplica y Sanación en Momentos de Dolor
En los momentos más difíciles, cuando el sufrimiento parece no tener fin, el Salmo 6 nos ofrece una poderosa plegaria para encontrar consuelo en Dios.
Este salmo es un clamor de súplica, pidiendo misericordia y sanación espiritual y física. Si estás pasando por una etapa de dolor o angustia, esta oración puede brindarte la paz que tanto necesitas. Recita este Salmo con fe y deja que el amor y la misericordia de Dios te envuelvan.
“El Señor ha oído la voz de mi llanto” (Salmo 6:8). Confía en que Él escucha cada una de tus súplicas.
Si te ha sido de ayuda, no olvides compartir este video con tus seres queridos. Que la Palabra de Dios llegue a todos los que necesitan consuelo.
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El Evangelio, Lucas 3, 1-6
1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
El Evangelio, Mateo 15, 29-37
29 Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
El Evangelio, Lucas 10, 21-24
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!».