El Evangelio, Lucas 21, 1-4 | Reflexión
La lectura diaria de la Biblia
Después, levantado los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que a nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir».
Reflexión
Jesús nos enseña que la verdadera generosidad no se mide por la cantidad, sino por el sacrificio y el corazón con el que damos. La viuda, a pesar de su pobreza, dio todo lo que tenía, mostrando una fe profunda y total confianza en Dios. A través de su ejemplo, Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestra actitud hacia el dinero y a ofrecer lo que tenemos con humildad y generosidad, sabiendo que lo más importante es el amor y la entrega sincera a Dios.
Señor, ayúdame a vivir con un corazón generoso y confiado en Tu providencia. Que mi fe y amor por Ti se reflejen en mis acciones diarias, y que, al igual que la viuda, pueda ofrecerte todo lo que tengo, sabiendo que Tú proveerás lo necesario para mi vida. Te pido que me guíes a dar no solo de lo que sobra, sino de lo que realmente cuesta, y que en todo lo que haga, te honre con humildad y gratitud. Amén.
El Evangelio, Lucas 3, 1-6
1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
El Evangelio, Mateo 15, 29-37
29 Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
El Evangelio, Lucas 10, 21-24
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!».