El Evangelio, Lucas 19, 45-48 | Reflexión
La lectura diaria de la Biblia
Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Reflexión
Jesús entra al templo de Jerusalén y expulsa a los comerciantes, diciendo: «Mi casa será casa de oración, pero ustedes la han hecho una cueva de ladrones». Este pasaje nos ofrece una rica reflexión sobre la pureza, la justicia y la centralidad de Dios en nuestra vida. En un sentido espiritual, nos invita a preguntarnos si nuestro “templo interior” (nuestro corazón) está centrado en Dios o distraído por el “comercio” del egoísmo, el materialismo o el pecado. Jesús subraya que el propósito del templo es la oración, un recordatorio de que nuestras vidas deben orientarse hacia la relación con Dios. Jesús no teme enfrentarse a las injusticias.
Nos desafía a ser valientes para defender la verdad y los valores del Reino, incluso cuando sea incómodo. Esto nos recuerda que seguir a Jesús puede generar incomprensiones, pero nos llama a permanecer fieles. Reflexionemos sobre cómo podemos purificar nuestro “templo interior” y hacer de nuestra vida una verdadera casa de oración.
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El Evangelio, Lucas 3, 1-6
1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
El Evangelio, Mateo 15, 29-37
29 Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
El Evangelio, Lucas 10, 21-24
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!».